Friday, December 4, 2009

Juan Salvador Gaviota. Tercera Parte

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Juan giraba lentamente sobre los Lejanos Acantilados; observaba. Este rudo y joven Pedro Gaviota era un alumno de vuelo casi perfecto. Era fuerte, y ligero, y rápido en el aire, pero mucho más importante, ¡tenía un devastador deseo de aprender a volar!

Aquí venia ahora, una forma borrosa y gris que salía de su picado con un rugido, pasando como un bólido a su instructor, a doscientos veinte kilómetros por hora. Abruptamente se metió en otra pirueta con un balance de dieciséis puntos, vertical y lento, contando los puntos en voz alta.

...ocho... nueve... diez... ves-Juan-se-me-está-terminando-la-velocidad -del-aire... once... Quiero-paradas-perfectas-y-agudas-como-las-tuyas... doce… pero-¡caramba!-no-puedo-llegar... trece... a-estos-últimos- puntos... sin...cator...

La torsión de la cola le salió a Pedro mucho peor a causa de su ira y furia al fracasar. Se fue de espaldas, volteó, se cerró salvajemente en una barrena invertida, y por fin se recuperó, jadeando, a treinta metros bajo el nivel en que se hallaba su instructor.

-¡Pierdes tu tiempo conmigo, Juan! ¡Soy demasiado tonto! ¡Soy demasiado estúpido! Intento e intento, ¡pero nunca lo lograré!

Juan Gaviota lo miró desde arriba y asintió.

-Seguro que nunca lo conseguirás mientras hagas ese encabritamiento tan brusco. Pedro, ¡has perdido sesenta kilómetros por hora en la entrada! ¡Tienes que ser suave! Firme, pero suave, ¿te acuerdas?

Bajó al nivel de la joven gaviota.

-Intentémoslo juntos ahora, en formación. Y concéntrate en ese encabritamiento. Es una entrada suave, fácil.

Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos Exilados, pero curiosos por esta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar.

Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos que a comprender la razón oculta de ello.

-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias...

... y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar. Les gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre por aprender que crecía con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas.

-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. -Pero dijéralo como lo dijera, siempre sonaba como una agradable ficción, y ellos necesitaban más que nada dormir.

Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la Bandada.

-¡No estamos preparados! -dijo Enrique Calvino Gaviota-. ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos Exilados! No podemos meternos donde no seremos bienvenidos, ¿verdad?

-Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y se elevó de la arena y giró hacia el Este, hacia el país de la Bandada.

Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se había violado la Ley ni una sola vez en diez mil años. La Ley decía quédate, Juan decía partid; y ya volaba a un kilómetro mar adentro. Si seguían allí esperando, él encararía por si solo a la hostil Bandada.

-Bueno, no tenemos por qué obedecer la Ley si no formamos parte de la Bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Además, si hay una pelea, es allá donde se nos necesita.

Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas. Sobrevolaron la Playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala derecha, Enrique Calvino luchando valientemente a su izquierda. Entonces la formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pájaro... de horizontal... a... invertido... a... horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos.

Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota les observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena. Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio comienzo a su crítica de vuelo.

-Para comenzar -dijo, con una sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros...

Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son Exilados! ¡Y han vuelto!

¡Y eso... eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la Bandada.

-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, oye, ¿dónde aprendieron a volar así?

Pasó casi una hora antes de que la Palabra del Mayor lograra repartirse por la Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado será también un Exilado. Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.

Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestras de darse por aludido. Organizó sus sesiones de prácticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.

-¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! ¡Pruébalo primero y alardea después! ¡VUELA!

Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota, paralizado al verse el blanco de los disparos de su instructor, se sorprendió a sí mismo al convertirse en un mago del vuelo lento. En la más ligera brisa, llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez.

Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran Viento de la Montana a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.

Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caída "en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel triple que fue observado por más de un ojo furtivo.

A toda hora Juan estaba allí junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando, guiando. Voló con ellos contra noche y nube y tormenta, por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonaba miserablemente en tierra.

Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan. Tenía él ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero también las tenía buenas y comprensibles.

Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer.

Un mes después del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan.

La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.

-Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Más que nada en el mundo, quiero volar...

-Ven entonces -dijo Juan-. Subamos, dejemos atrás la tierra y empecemos.

-No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.

-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la Ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.

-¿Estás diciendo que puedo volar?

-Digo que eres libre.

Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo, y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la Bandada de su sueño:

- ¡PUEDO VOLAR!

Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.

Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma esencia de su ser; que todo aquello que le impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.

-Eliminado -dijo una voz en la multitud-, ¿aunque sea Ley de la Bandada?

-La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra.

-¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro.

-¡Mirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a María Antonio! ¿Son también ellos especiales y dotados y divinos? No más que vosotros, no más que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica.

Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos. No se habían dado cuenta de que era eso lo que habían estado haciendo.

Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.

-Dicen en la Bandada que si no eres el Hijo de la misma Gran Gaviota -le contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de Velocidad Avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante de tu tiempo.

Juan suspiró. Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios.

-¿Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?

Un largo silencio.

-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas.

-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.

Ocurrió justo una semana más tarde. Pedro se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos. Acababa de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centímetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeó justamente en su camino, llamando a su madre. En una décima de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a la izquierda, y a mas de trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse contra una roca de sólido granito.

Fue para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia otros mundos. Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le echó encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido; terriblemente arrepentido.

La voz le llegó como en aquel primer día en que había conocido a Juan Salvador Gaviota.

-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a través de rocas hasta algo más tarde en el programa.- ¡Juan!

-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor, secamente.

-¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿No he... no me había... muerto?

-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás viendo ahora, es obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel -que para que te enteres, es bastante más alto que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando con la Bandada. Los Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han sorprendido de lo bien que les has complacido.

-¡Por supuesto que quiero volver a la Bandada! ¡Estoy apenas empezando con el nuevo grupo!

-Muy bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro...?

Pedro sacudió la cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida. De la multitud surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a moverse.

-¡Vive! ¡El que había muerto!

-¡Le tocó con un extremo del ala! ¡Lo resucitó! ¡El Hijo de la Gran Gaviota!

-¡No! ¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la Bandada!

Había cuatro mil gaviotas en la multitud, asustadas por lo que había sucedido, y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una tempestad oceánica. Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para destruir.

-Pedro, ¿te parecer mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.

-Bueno, yo no pondría inconvenientes si...

Al instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes picos de la turba se cerraron en el vacío.

-¿Por qué será -se preguntó Juan perplejo- que no hay nada más difícil en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo puede probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será tan difícil?

Pedro aún parpadeaba por el cambio de escenario.

-¿Qué hiciste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?

-Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no?

-¡Si! pero, ¿cómo has...?

-Como todo, Pedro. Práctica. A la mañana siguiente, la Bandada había olvidado su demencia, pero no Pedro.

-Juan, ¿te acuerdas de lo que dijiste hace mucho tiempo acerca de amar lo suficiente a la Bandada como para volver a ella y ayudarla a aprender?

-Claro.

-No comprendo cómo te las arreglas para amar a una turba de pájaros que acaba de intentar matarte.

-Vamos, Pedro, ¡no es eso lo que tú amas! Por cierto que no se debe amar el odio y el mal. Tienes que practicar y llegar a ver a la verdadera gaviota, ver el bien que hay en cada una, y ayudarlas a que lo vean en sí mismas. Eso es lo que quiero decir por amar. Es divertido, cuando le aprendes el truco. Recuerdo, por ejemplo, a cierto orgulloso pájaro, un tal Pedro Pablo Gaviota. Exilado reciente, listo para luchar hasta la muerte contra la Bandada, empezaba ya a construirse su propio y amargo infierno en los Lejanos Acantilados. Sin embargo, aquí lo tenemos ahora, construyendo su propio cielo, y guiando a toda la Bandada en la misma dirección.

Pedro se volvió hacia su instructor, y por un momento surgió miedo en sus ojos.

-¿guiando? ¿Qué quieres decir: guiando? Tú eres el instructor aquí. ¡Tú no puedes marcharte!

-¿Ah, no? ¿No piensas que hay acaso otras Bandadas, otros Pedros, que necesitan más a un instructor que ésta, que ya va camino de la luz?

- Juan, soy una simple gaviota, y tú eres...

-...el único Hijo de la Gran Gaviota, ¿supongo? -Juan suspiró y miró hacia el mar-. Ya no me necesitas. Lo que necesitas es seguir encontrándote a ti mismo, un poco más cada día; a ese verdadero e ilimitado Pedro Gaviota. El es tu instructor. Tienes que comprenderle, y ponerlo en práctica.

Un momento mas tarde el cuerpo de Juan trepidó en el aire, resplandeciente, y empezó a hacerse transparente.

-No dejes que se corran rumores tontos sobre mí, o que me hagan un dios.

¿De acuerdo, Pedro? Soy gaviota. Y quizá me encante volar...

-¡JUAN!

-Pobre Pedro. No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones.

Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar.

El resplandor se apagó. Y Juan Gaviota se desvaneció en el aire.

Después de un tiempo, Pedro Gaviota se obligó a remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grupo de estudiantes, ansiosos de empezar su primera lección.-Para comenzar -dijo pesadamente-, tenéis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio pensamiento.

Los jóvenes lo miraron con extrañeza. ¡Vaya, hombre!, pensaron, eso no suena a una norma para hacer un rizo...

Pedro suspiró y empezó otra vez:

-Hum... ah... muy bien -dijo, y les miró críticamente-. Empecemos con el vuelo horizontal. -Y al decirlo, comprendió de pronto que, en verdad, su amigo no había sido más divino que el mismo Pedro.

¿No hay límites, Juan? pensó. Bueno, ¡llegará entonces el día en que me apareceré en tu playa, y te enseñaré un par de cosas acerca del vuelo!

Y aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus alumnos, Pedro Gaviota les vio de pronto tal y como eran realmente, sólo por un momento, y más que gustarle, amó aquello que vio. ¿No hay límites, Juan?, pensó, y sonrió.

Su carrera hacia el aprendizaje había empezado...

Fin


Wednesday, November 18, 2009

Juan Salvador Gaviota. Segunda Parte

(Para la Primera Parte, haz clic aquí)

De modo que esto es el cielo, pensó, y tuvo que sonreírse. No era muy respetuoso analizar el cielo justo en el momento en que uno está a punto de entrar en él.

Al venir de la Tierra por encima de las nubes y en formación cerrada con las dos resplandecientes gaviotas, vio que su propio cuerpo se hacía tan resplandeciente como el de ellas.

En verdad, allí estaba el mismo y joven Juan Gaviota, el que siempre había existido detrás de sus ojos dorados, pero la forma exterior había cambiado.

Su cuerpo sentía como gaviota, pero ya volaba mucho mejor que con el antiguo. ¡Vaya, pero si con la mitad del esfuerzo, pensó, obtengo el doble de velocidad, el doble de rendimiento que en mis mejores días en la Tierra!

Brillaban sus plumas, ahora de un blanco resplandeciente, y sus alas eran lisas y perfectas como láminas de plata pulida. Empezó, gozoso, a familiarizarse con ellas, a imprimir potencia en estas nuevas alas.

A trescientos cincuenta kilómetros por hora le pareció que estaba logrando su máxima velocidad en vuelo horizontal. A cuatrocientos diez pensó que estaba volando al tope de su capacidad, y se sintió ligeramente desilusionado.

Había un límite a lo que podía hacer con su nuevo cuerpo, y aunque iba mucho más rápido que en su antigua marca de vuelo horizontal, era sin embargo un límite que le costaría mucho esfuerzo mejorar. En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones.

De pronto se separaron las nubes y sus compañeros gritaron:

-Feliz aterrizaje, Juan -y desaparecieron sin dejar rastro.

Volaba encima de un mar, hacia un mellado litoral. Una que otra gaviota se afanaba en los remolinos entre los acantilados. Lejos, hacia el Norte, en el horizonte mismo, volaban unas cuantas mas. Nuevos horizontes, nuevos pensamientos, nuevas preguntas. ¿Por qué tan pocas gaviotas? ¡El paraíso debería estar de gaviotas! ¿Y por qué estoy tan cansado de pronto? Era de suponer que las gaviotas en el cielo no deberían cansarse, ni dormir.

¿Dónde había oído eso? El recuerdo de su vida en la Tierra se le estaba haciendo borroso. La Tierra había sido un lugar donde había aprendido mucho, por supuesto, pero los detalles se le hacían ya nebulosos; recordaba algo de la lucha por la comida, y de haber sido un Exilado.

La docena de gaviotas que estaba cerca de la playa vino a saludarle sin que ni una dijera una palabra. Sólo sintió que se le daba la bienvenida y que esta era su casa. Había sido un gran día para él, un día cuyo amanecer ya no recordaba.

Giró para aterrizar en la playa, batiendo sus alas hasta pararse un instante en el aire, y luego descendió ligeramente sobre la arena. Las otras gaviotas aterrizaron también, pero ninguna movió ni una pluma. Volaron contra el viento, extendidas sus brillantes alas, y luego, sin que supiera él cómo, cambiaron la curvatura de sus plumas hasta detenerse en el mismo instante en que sus pies tocaron tierra. Había sido una hermosa muestra de control, pero Juan estaba ahora demasiado cansado para intentarlo. De pie, allí en la playa, sin que aún se hubiera pronunciado ni una sola palabra, se durmió.

Durante los próximos días vio Juan que había aquí tanto que aprender sobre el vuelo como en la vida que había dejado. Pero con una diferencia. Aquí había gaviotas que pensaban como él. Ya que para cada una de ellas lo más importante de sus vidas era alcanzar y palpar la perfección de lo que más amaban hacer: volar. Eran pájaros magníficos, todos ellos, y pasaban hora tras hora cada día ejercitándose en volar, ensayando aeronáutica avanzada.

Durante largo tiempo Juan se olvidó del mundo de donde había venido, ese lugar donde la Bandada vivía con los ojos bien cerrados al gozo de volar, empleando sus alas como medios para encontrar y luchar por la comida. Pero de cuando en cuando, sólo por un momento, lo recordaba.

Se acordó de ello una mañana cuando estaba con su instructor mientras descansaba en la playa después de una sesión de toneles con ala plegada.

-¿Dónde están los demás, Rafael? -preguntó en silencio, ya bien acostumbrado a la cómoda telepatía que estas gaviotas empleaban en lugar de graznidos y trinos-. ¿Por qué no hay más de nosotros aquí? De donde vengo había...

-... miles y miles de gaviotas. Lo sé. -Rafael movió su cabeza afirmativamente-. La única respuesta que puedo dar, Juan, es que tú eres una gaviota en un millón. La mayoría de nosotros progresamos con mucha lentitud. Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando en seguida de donde habíamos venido, sin preocuparnos hacia donde íbamos, viviendo solo el momento presente. ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar? ¿O alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla. La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido de éste. No aprendas nada, y el próximo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.

Extendió sus alas y volvió su cara al viento.

-Pero tú, Juan -dijo-, aprendiste tanto de una vez que no has tenido que pasar por mil vidas para llegar a esta.

En un momento estaban otra vez en el aire, practicando. Era difícil mantener la formación cuando giraban para volar en posición invertida, puesto que entonces Juan tenía que ordenar inversamente su pensamiento, cambiando la curvatura, y cambiándola en exacta armonía con la de su instructor.

-Intentemos de nuevo -decía Rafael una y otra vez-: Intentemos de nuevo. –Y por fin-: Bien. -Y entonces empezaron a practicar los rizos exteriores.

Una noche, las gaviotas que no estaban practicando vuelos nocturnos se quedaron de pie sobre la arena, pensando. Juan echó mano de todo su coraje y se acercó a la Gaviota Mayor, de quien, se decía, iba pronto a trasladarse más allá de este mundo.

-Chiang... -dijo, un poco nervioso.

La vieja gaviota le miró tiernamente.

-¿Si, hijo mío?

En lugar de perder la fuerza con la edad, el Mayor la había aumentado; podía volar más y mejor que cualquier gaviota de la Bandada, y había aprendido habilidades que las otras sólo empezaban a conocer.

- Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad?

El Mayor sonrió a la luz de la Luna.

-Veo que sigues aprendiendo, Juan -dijo.

-Bueno, ¿qué pasará ahora? ¿A dónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo?

-No, Juan, no hay tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto. -Se quedó callado un momento-. Eres muy rápido para volar, ¿verdad?

-Me... me encanta la velocidad -dijo Juan, sorprendido, pero orgulloso de que el Mayor se hubiese dado cuenta.

-Empezarás a palpar el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad. Y esto no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz. Porque cualquier número es ya un límite, y la perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar allí.

Sin aviso, y en un abrir y cerrar de ojos, Chiang desapareció y apareció al borde del agua, veinte metros más allá. Entonces desapareció de nuevo y volvió en una milésima de segundo, junto al hombro de Juan.

-Es bastante divertido -dijo.

Juan estaba maravillado. Se olvidó de preguntar por el cielo.

-¿Cómo lo haces? ¿Qué se siente al hacerlo? ¿A qué distancia puedes llegar?

-Puedes ir al lugar y al tiempo que desees -dijo el Mayor-. Yo he ido donde y cuando he querido. -Miró hacia el mar-. Es extraño. Las gaviotas que desprecian la perfección por el gusto de viajar, no llegan a ninguna parte, y lo hacen lentamente. Las que se olvidan de viajar por alcanzar la perfección, llegan a todas partes, y al instante. Recuerda, Juan, el cielo no es un lugar ni un tiempo, porque el lugar y el tiempo poco significan. El cielo es...

-¿Me puedes enseñar a volar así? -Juan Gaviota temblaba ante la conquista de otro desafío.

-Por supuesto, si es que quieres aprender.

-Quiero. ¿Cuándo podemos empezar?

-Podríamos empezar ahora, si lo deseas.

-Quiero aprender a volar de esa manera -dijo Juan, y una luz extraña brilló en sus ojos-. Dime qué hay que hacer.

Chiang habló con lentitud, observando a la joven gaviota muy cuidadosamente.

-Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista - dijo - , debes empezar por saber que ya has llegado...

El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo.

Juan se dedicó a ello con ferocidad, día tras día, desde el amanecer hasta después de la medianoche. Y a pesar de todo su esfuerzo no logró moverse ni un milímetro del sitio donde se encontraba.

-¡Olvídate de la fe! -le decía Chiang una y otra vez-. Tú no necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo. Esto es exactamente lo mismo. Ahora inténtalo otra vez...

Así un día, Juan, de pie en la playa, cerrado los ojos, concentrado, como un relámpago comprendió de pronto lo que Chiang había le estado diciendo.

-¡Pero si es verdad! ¡Una gaviota perfecta y sin limitaciones! -Y se estremeció de alegría.

-¡Bien! -dijo Chiang, y hubo un tono de triunfo en su voz.

Juan abrió sus ojos. Quedó solo con el Mayor en una playa completamente distinta; los árboles llegaban hasta el borde mismo del agua, dos soles gemelos y amarillos giraban en lo alto.

-Por fin has captado la idea -dijo Chiang-, pero tu control necesita algo más de trabajo...

Juan se quedó pasmado.

-¿Dónde estamos?

En absoluto impresionado por el extraño paraje, el Mayor ignoró la pregunta.

-Es obvio que estamos en un planeta que tiene un cielo verde y una estrella doble por sol.

Juan lanzó un grito de alegría, el primer sonido que haba pronunciado desde que dejara la Tierra:

-

-Bueno, claro que resultó, Juan. Siempre resulta cuando se sabe lo que se hace. Y ahora, volviendo al tema de tu control...

Cuando volvieron, había anochecido. Las otras gaviotas, miraron a Juan con reverencia en sus ojos dorados, porque le habían visto desaparecer de donde había estado plantado por tanto tiempo.

Aguantó sus felicitaciones durante menos de un minuto.

-Soy nuevo aquí. Acabo de empezar. Soy yo quien debe aprender de vosotros.

-Me pregunto se eso es cierto, Juan -dijo Rafael, de pie cerca de él-. En diez mil años no he visto una gaviota con menos miedo de aprender que tú. –La Bandada se quedó en silencio, y Juan hizo un gesto de turbación.

-Si quieres, podemos empezar a trabajar con el tiempo -dijo Chiang-, hasta que logres volar por el pasado y el futuro. Y entonces, estarás preparado para empezar lo más difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo. Estarás preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor.

Pasó un mes, o algo que pareció un mes, y Juan aprendía con tremenda rapidez. Siempre había sido veloz para aprender lo que la experiencia normal tenía para enseñarle, y ahora, como alumno especial del Mayor en Persona, asimiló las nuevas ideas como si hubiera sido una supercomputadora de plumas.

Pero al fin llegó el día en que Chiang desapareció. Había estado hablando calladamente con todos ellos, exhortándoles a que nunca dejaran de aprender y de practicar y de esforzarse por comprender más acerca del perfecto e invisible principio de toda vida. Entonces, mientras hablaba, sus plumas se hicieron más y más resplandecientes hasta que al fin brillaron de tal manera que ninguna gaviota pudo mirarle.

-Juan -dijo, y estas fueron las últimas palabras que pronunció-, sigue trabajando en el amor.

Cuando pudieron ver otra vez, Chiang había desaparecido.

Con el pasar de los días, Juan se sorprendió pensando una y otra vez en la Tierra de la que había venido. Si hubiese sabido allí una décima, una centésima parte de lo que ahora sabía, ¡cuanto más significado habría tenido entonces la vida! Quedóse allí en la arena y empezó a preguntarse si habría una gaviota allá abajo que estuviese esforzándose por romper sus limitaciones, por entender el significado del vuelo más allá de una manera de trasladarse para conseguir algunas migajas caídas de un bote. Quizás hasta hubiera un Exilado por haber dicho la verdad ante la Bandada. Y mientras más practicaba Juan sus lecciones de bondad, y mientras más trabajaba para conocer la naturaleza del amor, más deseaba volver a la Tierra. Porque, a pesar de su pasado solitario, Juan Gaviota había nacido para ser instructor, y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto, con alguna gaviota que estuviese pidiendo sólo una oportunidad de ver la verdad por sí misma.

Rafael, adepto ahora a los vuelos a la velocidad del pensamiento y a ayudar a que los otros aprendieran, dudaba.

-Juan, fuiste Exilado una vez. ¿Por qué piensas ahora que alguna gaviota de tu pasado va a escucharte ahora? Ya sabes el refrán, y es verdad: Esas gaviotas de donde has venido se lo pasan en tierra, graznando y luchando entre ellas. Están a mil kilómetros del cielo. ¡Y tú dices que quieres mostrarles el cielo desde donde están paradas! ¡Juan, ni siquiera pueden ver los extremos de sus propias alas! Quédate aquí. Ayuda a las gaviotas novicias de aquí, que están bastante avanzadas como para comprender lo que tienes que decirles.

Se quedó callado un momento, y luego dijo:

-¿Qué habría pasado si Chiang hubiese vuelto a sus antiguos mundos? ¿Dónde estarías tú ahora?

El último punto era el decisivo, y Rafael tenía razón. Juan se quedó y trabajó con los novicios que iban llegando, todos muy listos y rápidos en sus deberes. Pero volvió el viejo recuerdo, y no podía dejar de pensar en que a lo mejor había una o dos gaviotas allá en la Tierra que también podrían aprender. ¡Cuánto más habría sabido ahora si Chiang le hubiese ayudado cuando era un Exilado!

-Rafa, tengo que volver -dijo por fin-. Tus alumnos van bien. Te podrán incluso ayudar con los nuevos. Rafael suspiró, pero prefirió no discutir. -Creo que te echaré de menos, Juan -fue todo lo que le dijo.

-¡Rafa, qué vergüenza! -dijo Juan reprochándole-. ¡No seas necio! ¿Qué intentamos practicar todos los días? ¡Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un par de veces?

Rafael Gaviota tuvo que soltar una carcajada.

-Estás hecho un pájaro loco -dijo tiernamente-. Si hay alguien que pueda mostrarle a uno en la Tierra cómo ver a mil millas de distancia, ése será Juan Salvador Gaviota. -Quedóse mirando la arena-: Adiós, Juan, amigo mío.

-Adiós, Rafa. Nos volveremos a ver. -Y con esto, Juan evocó en su pensamiento la imagen de las grandes bandadas de gaviotas en la orilla de otros tiempos, y supo, con experimentada facilidad, que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna.

Pedro Pablo Gaviota era aún bastante joven, pero ya sabía que no había pájaro peor tratado por una Bandada, o con tanta injusticia.

-Me da lo mismo lo que digan -pensó furioso, y su vista se nubló mientras volaba hacia los Lejanos Acantilados-. ¡Volar es tanto más importante que un simple aletear de aquí para allá! ¡Eso lo puede hacer hasta un... hasta un…

¡Sólo un pequeño viraje en tonel alrededor de la Gaviota Mayor, nada más que por diversión, y ya soy un Exilado! ¿Son ciegos acaso? ¿Es que no pueden ver? ¿Es que no pueden imaginar la gloria que alcanzarían si realmente aprendiéramos a volar?

Me da lo mismo lo que piensen. ¡Yo les mostraré lo que es volar! No seré más que un puro Bandido, si eso es lo que quieren. Pero haré que se arrepientan...

La voz surgió dentro de su cabeza, y aunque era muy suave, le asustó tanto que se equivocó y dio una voltereta en el aire.

-No seas tan duro con ellos, Pedro Gaviota. Al expulsarte, las otras gaviotas solamente se han hecho daño a sí mismas, y un día se darán cuenta de ello; y un día verán lo que tú ves. Perdónales y ayúdales a comprender.

A un centímetro del extremo de su ala derecha volaba la gaviota más resplandeciente de todo el mundo, planeando sin esfuerzo alguno, sin mover una pluma, a casi la máxima velocidad de Pedro.

El caos reino por un momento dentro del joven pájaro.

-¿Qué está pasando? ¿Estoy loco? ¿Estoy muerto? ¿Qué es esto? Baja y tranquila continuó la voz dentro de su pensamiento, exigiendo una contestación:

-Pedro Pablo Gaviota, ¿quieres volar?

-¡SI, QUIERO VOLAR!

-Pedro Pablo Gaviota, ¿tanto quieres volar que perdonarás a la Bandada, y aprenderás, y volverás a ella un día y trabajarás para ayudarles a comprender?

No había manera de mentirle a este magnífico y hábil ser, por orgulloso o herido que Pedro Pablo Gaviota se sintiera.

-Sí, quiero -dijo suavemente.

-Entonces, Pedro -le dijo aquella criatura resplandeciente, y la voz fue muy tierna-, empecemos con el Vuelo Horizontal...

Sunday, November 15, 2009

Juan Salvador Gaviota. Primera de Tres Partes

-Richard Bach

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Chapoteaba un pesquero a un kilometro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida.

Comenzaba otro día de ajetreos. Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue más que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... sólo... centímetro... más...

Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.

Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen.

Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor. Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera.

La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.

Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando. No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más.

-¿Por qué, Juan, -preguntaba su madre?-. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!

-No me importa ser hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo saberlo.

-Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla. Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer.

Juan asintió obedientemente. Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dio resultado.

Es todo inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar. ¡Hay tanto que aprender!

No pasó mucho tiempo sin que Juan Salvador Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo.

El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas.

A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados. En sólo seis segundos voló a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder.

Una vez tras otra le sucedió lo mismo. A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad.

Subía a trescientos metros. Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose, hasta lograr un picado vertical. Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada al máximo su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar su derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena.

Tenía que ser mucho más cuidadoso al levantar esa ala. Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua.

Empapado, pensó al fin que la clave debía ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas.

Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora. Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió. En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora. ¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas!

Pero el triunfo duró poco. En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el ángulo de sus alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento treinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo. Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo.

Cuando recobró el sentido, era ya pasado el anochecer, y se halló a la luz de la Luna y flotando en el océano. Sus alas desgreñadas parecían lingotes de plomo, pero el fracaso le pesaba aún más sobre la espalda. Débilmente deseó que el peso fuera suficiente para arrastrarle al fondo, y así terminar con todo.

A medida que se hundía, una voz hueca y extraña resonó en su interior. No hay forma de evitarlo. Soy gaviota. Soy limitado por la naturaleza. Si estuviese destinado a aprender tanto sobre volar, tendría por cerebro cartas de navegación. Si estuviese destinado a volar a alta velocidad, tendría las alas cortas de un halcón, y comería ratones en lugar de peces. Mi padre tenía razón. Tengo que olvidar estas tonterías. Tengo que volar a casa, a la Bandada, y estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota.

La voz se fue desvaneciendo y Juan se sometió. Durante la noche, el lugar para una gaviota es la playa y, desde ese momento, se prometió ser una gaviota normal. Así todo el mundo se sentiría más feliz.

Cansado se elevó de las oscuras aguas y voló hacia tierra, agradecido de lo que había aprendido sobre cómo volar a baja altura con el menor esfuerzo.

-Pero no -pensó-. Ya he terminado con esta manera de ser, he terminado con todo lo que he aprendido. Soy una gaviota como cualquier otra gaviota, y volaré como tal.

Así es que ascendió dolorosamente a treinta metros y aleteó con más fuerza luchando por llegar a la orilla. Se encontró mejor por su decisión de ser como otro cualquiera de la Bandada.

Ahora no habría nada que le atara a la fuerza que le impulsaba a aprender, no habría más desafíos ni más fracasos. Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar, en la oscuridad, hacia las luces de la playa., exclamó, alarmada, la hueca voz.

Juan no estaba alerta para escuchar. Es grato, pensó. La Luna y las luces centelleando en el agua, trazando luminosos senderos en la oscuridad, y todo tan pacífico y sereno...

¡Desciende! ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad! ¡Si hubieras nacido para volar en la oscuridad, tendrías los ojos de búho! ¡Tendrías por cerebro cartas de navegación! ¡Tendrías las alas cortas de un halcón!

Allí, en la noche, a treinta metros de altura, Juan Salvador Gaviota parpadeó. Sus dolores, sus resoluciones, se esfumaron.

¡Alas cortas!

¡Esta es la solución! ¡Qué necio he sido! ¡No necesito más que un ala muy pequeñita, no necesito más que doblar la parte mayor de mis alas y volar sólo con los extremos!

Subió a setecientos metros sobre el negro mar, y sin pensar por un momento en el fracaso o en la muerte, pegó fuertemente las antealas a su cuerpo, dejó solamente los afilados extremos asomados como dagas al viento, y cayó en picado vertical.

El viento le azotó la cabeza con un bramido monstruoso. Cien kilómetros por hora, ciento treinta, ciento ochenta y aún más rápido. La tensión de las alas a doscientos kilómetros por hora no era ahora tan grande como antes a cien, y con un mínimo movimiento de los extremos de las alas aflojó gradualmente el picado y salió disparado sobre las olas, como una gris bala de cañón bajo la Luna.

Entornó sus ojos contra el viento hasta transformarlos en dos pequeñas rayas, y se regocijó. ¡A doscientos kilómetros por hora! ¡Y bajo control! ¿Si pico desde mil metros en lugar de quinientos, a cuánto llegaré...?

Olvidó sus resoluciones de hace un momento, arrebatadas por ese gran viento. Sin embargo, no se sentía culpable al romper las promesas que había hecho consigo mismo. Tales promesas existen solamente para las gaviotas que aceptan lo corriente. Uno que ha palpado la perfección en su aprendizaje no necesita esa clase de promesas.

Al amanecer, Juan Gaviota estaba practicando de nuevo. Desde dos mil metros los pesqueros eran puntos sobre el agua plana y azul, la Bandada de la Comida una débil nube de insignificantes motitas en circulación.

Estaba vivo, y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de que su miedo estuviera bajo control. Entonces, sin ceremonias, encogió sus antealas, extendió los cortos y angulosos extremos, y se precipitó directamente hacia el mar. Al pasar los dos mil metros, logró la velocidad máxima, el viento era una sólida y palpitante pared sonora contra la cual no podía avanzar con más rapidez. Ahora volaba recto hacia abajo a trescientos veinte kilómetros por hora. Tragó saliva, comprendiendo que se haría trizas si sus alas llegaban a desdoblarse a esa velocidad, y se despedazaría en un millón de partículas de gaviota. Pero la velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad era pura belleza.

Empezó su salida del picado a trescientos metros, los extremos de las alas batidos y borrosos en ese gigantesco viento, y justamente en su camino, el barco y la multitud de gaviotas se desenfocaban y crecían con la rapidez de una cometa.

No pudo parar; no sabía aún ni cómo girar a esa velocidad. Una colisión sería la muerte instantánea. Así es que cerró los ojos.

Sucedió entonces que esa mañana, justo después del amanecer, Juan Salvador Gaviota se disparó directamente en medio de la Bandada de la Comida marcando trescientos dieciocho kilómetros por hora, los ojos cerrados y en medio de un rugido de viento y plumas. La Gaviota de la

Providencia le sonrió por esta vez, y nadie resultó muerto.

Cuando al fin apuntó su pico hacia el cielo azul, aun zumbaba a doscientos cuarenta kilómetros por hora. Al reducir a treinta y extender sus alas otra vez, el pesquero era una miga en el mar, mil metros más abajo.

Sólo pensó en el triunfo, ¡La velocidad máxima! ¡Una gaviota! Era un descubrimiento, el momento más grande y singular en la historia de la Bandada, y en ese momento una nueva época se abrió para Juan Salvador Gaviota. Voló hasta su solitaria área de prácticas, y doblando sus alas para un picado desde tres mil metros, se puso a trabajar en seguida para descubrir la forma de girar.

Se dio cuenta de que al mover una sola pluma del extremo de su ala una fracción de centímetro, causaba una curva suave y extensa a tremenda velocidad. Antes de haberlo aprendido, sin embargo, vio que cuando movía más de una pluma a esa velocidad, giraba como una bala de rifle... y así fue Juan la primera gaviota de este mundo en realizar acrobacias aéreas.

No perdió tiempo ese día en charlar con las otras gaviotas, sino que siguió volando hasta después de la puesta del Sol. Descubrió el rizo, el balance lento, el balance en punta, la barrena invertida, el medio rizo invertido.

Cuando Juan volvió a la Bandada ya en la playa, era totalmente de noche. Estaba mareado y rendido. No obstante, y no sin satisfacción, hizo un rizo para aterrizar y un tonel rápido justo antes de tocar tierra. Cuando sepan, pensó, lo del Descubrimiento, se pondrán locos de alegría. ¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vida! ¡En lugar de nuestro lento y pesado ir y venir a los pesqueros, hay una razón para vivir! Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podremos ser libres!

Los años venideros susurraban y resplandecían de promesas.

Las gaviotas se hallaban reunidas en Sesión de Consejo cuando Juan tomó tierra, y parecía que habían estado así reunidas durante algún tiempo. Estaban, efectivamente, esperando.

-¡Juan Salvador Gaviota! ¡Ponte al Centro! -Las palabras de la Gaviota Mayor sonaron con la voz solemne propia de las altas ceremonias. Ponerse en el Centro sólo significaba gran vergüenza o gran honor. Situarse en el Centro por Honor, era la forma en que se señalaba a los jefes más destacados entre las gaviotas. ¡Por supuesto, pensó, la Bandada de la Comida... esta mañana: vieron el Descubrimiento! Pero yo no quiero honores. No tengo ningún deseo de ser líder. Sólo quiero compartir lo que he encontrado, y mostrar esos nuevos horizontes que nos están esperando. Y dio un paso al frente.

-Juan Salvador Gaviota -dijo el Mayor-. ¡Ponte al Centro para tu Vergüenza ante la mirada de tus semejantes!

Sintió como si le hubieran golpeado con un madero. Sus rodillas empezaron a temblar, sus plumas se combaron, y le zumbaron los oídos. ¿Al Centro para deshonrarme? ¡Imposible! ¡El Descubrimiento! ¡No entienden! ¡Están equivocados! ¡Están equivocados!

-... por su irresponsabilidad temeraria -entonó la voz solemne-, al violar la dignidad y la tradición de la Familia de las Gaviotas...

Ser centrado por deshonor significaba que le expulsarían de la sociedad de las gaviotas, desterrado a una vida solitaria en los Lejanos Acantilados.

-... algún día, Juan Salvador Gaviota, aprenderás que la irresponsabilidad se paga. La vida es lo desconocido y lo irreconocible, salvo que hemos nacido para comer y vivir el mayor tiempo posible.

Una gaviota nunca replica al Consejo de la Bandada, pero la voz de Juan se hizo oír:

-¿Irresponsabilidad? ¡Hermanos míos! -gritó-. ¿Quién es más responsable que una gaviota que ha encontrado y que persigue un significado, un fin más alto para la vida? ¡Durante mil años hemos escarbado tras las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir; para aprender, para descubrir; para ser libres! Dadme una oportunidad, dejadme que os muestre lo que he encontrado...

La Bandada parecía de piedra.

-Se ha roto la Hermandad -entonaron juntas las gaviotas, y todas de acuerdo cerraron solemnemente sus oídos y le dieron la espalda.

Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver.

Aprendía más cada día. Aprendió que un picado aerodinámico a alta velocidad podía ayudarle a encontrar aquel pez raro y sabroso que habitaba a tres metros bajo la superficie del océano: ya no le hicieron falta pesqueros ni pan duro para sobrevivir. Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa, atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. Con el mismo control interior, voló a través de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores... mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia. Aprendió a cabalgar los altos vientos tierra adentro, para regalarse allí con los más sabrosos insectos.

Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para si mismo; aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado.

Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.

Vinieron entonces al anochecer, y encontraron a Juan planeando, pacífico y solitario en su querido cielo. Las dos gaviotas que aparecieron junto a sus alas eran puras como luz de estrellas, y su resplandor era suave y amistoso en el alto cielo nocturno. Pero lo más hermoso de todo era la habilidad con la que volaban; los extremos de sus alas avanzando a un preciso y constante centímetro de las suyas.

Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás. Torció sus alas, y redujo su velocidad a un sólo kilómetro por hora, casi parándose. Aquellas dos radiantes aves redujeron también la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento.

Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora. Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable.

Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo.

Recuperó el vuelo horizontal y se quedó callado un tiempo antes de decir: -Muy bien. ¿Quiénes sois?

-Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos. -Las palabras fueron firmes y serenas-. Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.

-¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado. Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montana. Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.

-Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.

Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón. El capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa.

Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.

-Estoy listo -dijo al fin.

Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo.

Wednesday, November 11, 2009

Tuesday, November 3, 2009

Víctor Erice – poeta



Me encanta este cotrometraje de Víctor Erice - es pura poesía. Sus obras se consideran como el Santo Grial del cine tanto por raras como por exquisitas.

Thursday, October 29, 2009

Mi amigo, Derrida

"… when I am awake, conscious, working, in a certain way I am more unconscious than in my half sleep. When I'm in that half sleep there's a kind of vigilance that tells me the truth."

Autumn


Yellow, orange, lots of green, a little red.

Almost all the trees are changing color nowadays. I will try to get a photo of some of the dogwood trees – they are SO red right now.

Tuesday, October 27, 2009

5k photos

Here are the pictures from Friday's 5k. I am number 624 - to the left in the crowd.

















I will put the 10-mile race photos up when they become available.

Monday, October 26, 2009

Results

This past weekend, I ran in two different races – a 5k and a 10-mile race.

Here are the results (the photos will come later):

Friday night I ran the True Blue 5k. I finished 18th overall, 5th in my age group; there were more than 130 timed runners. Total, there were more than 240 runners. While I paid the extra money for a timed race, I was not given a 'chip' so my time was not recorded. Luckily, I stuck around afterward to see the preliminary results and noticed that my time was not included. I was in the top 5 runners during the entire first half of the race and I knew that I finished in the top 20 or so, so I was a little disappointed when my time wasn't included in the results that were posted. I found the race director and told him my time – I remember it being under 21:20 – but it got recorded as 21:27 (a difference of about 10 sec but not a difference in the overall standings, so no big deal). My mile split was about 6:56. I went out way too fast and had a first mile time around 6:00. I died off a whole lot in the second mile. I felt pretty tight and it wasn't until nearly the end that I started to feel like I could speed up again. I felt good afterwards – it felt nice to run faster. It makes me miss the shorter races of ½ mile to 1 mile that I used to run back in high school (like in a fairy tale – 'long, long ago in a land far, far away…'). My only real goal going into the race was to run a sub-7:00 pace, which I did.

Sunday morning, less than 36 hours after finishing the 5k, I was running in the second 10-miler of the Road Race Series. I made up my mind before the race that I was not going to go out too fast. And I felt like I was just crawling along. I was really surprised when I was at the 3 mile mark that my time was just less than 25 min; I was expecting 30 min or more from the feel of things. Overall, I maintained about the same pace the whole distance of the race. I was at about 51 min at mile 6 and I finished in just less than 85 min. I finished 112th overall, 19th in my age group, out of 517 runners. It took me four minutes more to finish this last race than it took me to finish the first 10-miler two weeks ago, but this race felt SO MUCH more difficult than the first race did. I was used up afterward. It was definitely the most difficult race I have run in a long, long time. But I didn't quit. My legs probably felt the best at about mile 7.5 to 8.5 but I felt totally used up for the entire last mile or so. I am pleased with my end time. I felt like I was running a lot slower than that. It was a very challenging race for me both mentally and physically. I think that my exhaustion had a lot to do with the race that I ran on Friday.

I came home before class tonight. I am in bed already even as I write this. I feel like I am suffering from exhaustion or fatigue (are those the same thing?). I didn't go to the gym this morning. I don't feel like I am being that productive in much of anything lately. I just feel like I am too tired and all day today I felt tense and nervous – really anxious and stressed out by every little thing.

Good night.

Saturday, October 24, 2009

The Cat Piano

I think that this is excellently creative. Will this be the stuff of university poetry courses some day?

The Cat Piano from PRA on Vimeo.


More information about the project here:
catpianofilm.com/

Thursday, October 22, 2009

Oz


I would like to run off to the land of Oz today. I feel extinguished - used up. I haven't accomplished very much today. I slept poorly last night. Gabe was in the bed with me and was touching my face most of the night causing me to wake up several times. He had me pushed up against the edge of the bed so that I felt like I was in danger of falling out all night. I know that i could have moved him, but in the middle of the night it is hard to think of many things and easier to simply try to make the best of things. When I actually got up, I was not rested. I need to get a lot done. I have a lot to do - first, finish grading students' papers; then, read , read more, read even more, write two or three papers. I need to sleep soon.

Thursday, October 15, 2009

Splash

That is what I heard –or something like that– last night on my way home from the University. It could have been a rip sound but whatever it was it was very quick and it brought with it very immediate consequences. The first thing that I noticed, as soon as I heard the noise, was that my battery light came on. Suddenly, my alternator was not working. I didn't know what had happened but my engine sounded good and I didn't want to stop on the freeway so I kept on driving. I noticed very quickly that my power steering was also gone and I was beginning to worry that there was something seriously wrong. I got off the freeway as soon as I could and I called Becky in case I would need to leave the vehicle and get a ride home. Just as I was telling her that the alternator had stopped working I noticed that the car was over heating as well. I was really not happy about this new development but as soon as it overheated it cooled off.


I had no idea what was going on – I was still in the period of data collection and I had not really thought about all of it. I got off the phone with Becky and called my friend Jason, who I woke up at almost mid-night, and started to tell him everything that was going wrong and just by telling him about it all I realized that my drive belt had failed. The splashing/ripping noise that I heard was the belt breaking, simultaneously getting wound up in several pulleys, and the various belt driven parts coming to a very sudden stop. I lost my alternator, A/C compressor, power steering, and cooling fan. But I was able to make it home, although it took me a bit longer than normal. I opened the hood and, sure enough, there was the shredded belt. I pulled it out of the pulleys it was wrapped around and then looked up information about replacing the belt; I decided that it was something that I could do (Jason assured me of this earlier) and I went to bed. This morning I drove Becky to work and took her vehicle to the local Auto Zone and I bought a new belt. About 90 minutes later I had it on and a little while after that I was on my way to work. Now, I really need to get to work on some last minute cramming for an exam that I have in one of my literature classes. The only comments that I want to make about the repair that I did are these – I do not own the right type of wrench to loosen the tensioner pulley and that made the job much more difficult than it might have otherwise been. Additionally, my hands are just about too big to do that sort of a job. There is very little clearance in front of the engine to do that sort of work and it wasn't easy to get my arms and hands in where they needed to be – but, once again, having the right type of wrench (with a longer handle than my little wrench has) would have made that problem less of an issue. While I had the hood up I noticed that something else has been under my hood doing work lately – some of my spark plug wires are seriously chewed up by a mouse. I guess that I will have to fix that next.

Anyway… I need to study.

Tuesday, October 13, 2009

Pain


I went to run on the treadmill this morning and I was in pain. I think that there are probably two things that I could change to make things feel better, or maybe three things. First, and most importantly, I think that my shoes are about used up. Things I have read in the past suggest that running shoes have a lifetime of only about 350 to 550 miles of reliable support and cushioning. I honestly have no idea how many miles my shoes have right now but I have had them for nearly a year and I have run somewhat consistently during that whole time period. More to the point, I can tell that they are not providing the sort of cushioning now that they used to provide. The next thing that I think might help is more track running as opposed to treadmill running. In some ways the track is much easier to run on than the treadmill. For one, it is easier for me to adjust my pace as necessary (both to speed up and to slow down) when I am not running on a treadmill. The treadmill is pretty unrelenting – you set a speed and it goes that speed. I know that I can adjust the speed but I still don't feel like it is as comfortable as running on the ground. That, and it seems to me like it would be annoying to adjust the speed every few hundred yards when using a treadmill but that sort of second to second adjustment happens all the time while running outside. The other complaint that I have with the treadmill this morning is that on the treadmill the running motion (and the actual muscles involved in the running) is unbalanced. It is a workout because there is some work being done – period. But the legs don't do the same work on the treadmill that they do on the ground. On the ground, I have to push off to move forward. I use my calves. On the treadmill, the 'ground' is already moving so most of the work done involves picking the foot up with the shin muscles and bringing it forward. I feel the difference when I run miles on the treadmill as opposed to running on the track – I feel more tightness and pain in my shins on the treadmill.

Right now, I don't remember what the third thing was that I was getting at earlier. I have gained some weight. I am a fit 185 to 190 lbs right now. That is at least 15 lbs more than I weighed this summer when I was running under 7 minutes per mile in a 5k. I am sure that the added weight brings with it more strain on my skinny little chicken legs.

I have nothing real to write and I perfer to keep things on the level of the superficial anyway.

Monday, October 12, 2009

10 miler


Here is a photo of me at about the 7.5 mile mark smiling for the camera. That, by the way, is my favorite workout shirt. I felt good. The day was perfect for a run. The weather was cool but not cold and the sky was overcast. It was very nice and it cleared up completely later in the day. The whole race was in the woods and that was very peaceful. I think that I have a lot of room to improve, but I was smiling for the camera. I was in the gym today doing a chest workout and I was feeling really weak on the weights after yesterday's run. My left shoulder felt sore more than anything else - 10 miles of swinging the arms can do that I suppose. It will take me a few days to fully recover. Still, I feel good - tired, but good. I am glad that I made this my New Year's Resolution.

Sunday, October 11, 2009

8:13 X 10 =

I ran my first ever 10 mile race this morning. I finished in 81:35. I will post pictures later. I slept terribly in anticipation of the race but overall I felt decent during the run. There were some moments of real, true discomfort and I did have to just walk on some of the steep up-hills but other than that I ran the whole way.
I don't have much to write right now, and I still have to work on some things for school tomorrow so this is all I am going to write now.
I might add more details when I can get the pictures up.

Wednesday, October 7, 2009

Dear Maunderer,

Well, people, I get accused of pomposity and arrogance from time to time, but the truth is that I just like hearing my own opinions and almost as much as that I like sharing them. Finally, somebody has figured that out. That is why this guy is a friend of mine.

My friend, and a blog reader, sent me an email asking me for ADVICE. Wow. I am really good at adding and I have a lot of vices but the advice thing is something I don't have any particular expertise in – with the exception of, as I said before, being a little too self-assured and liking to talk a little too much.

So, here is the letter (I summarize the problems further down) – with some minor edits to protect the guilty. Any other readers out there – feel free to comment. Or even better, feel obligated to comment – you might save this friend of mine some pain and maybe even some money.

[…]

When I run, within the first half mile to 3/4 mile my calves and shins (the muscle or tendon hat is used to lift the foot up) fatigue. I think fatigue would be the word. Maybe it's more like a tightening up, then it feels like I pull the muscle or tendon in my shin and I can't lift my foot up normally or completely. I remember this happening a lot when I played soccer if I didn't prepare my foot before a kick, but it's started recently while running, and it really hinders my runs because I can't run normally. Sometimes, I can run through it but most time I have to stop earlier than I want. Could this just be my muscles not used to the running (because before this year I hadn't run in 3-4 years, and I didn't run for a week and half to two weeks before starting again a week and half ago) and it'll get better once they get back in the grove? Or could it be with my shoes (I have a pair of running shoes, not my pretty white ones haha) not being fit properly for my run style? Or lastly could it be the way I run?

Just wanted to ask, in case you knew anything about the problem before I go to like a trainer, or my mom said there's a place in town that will have me run on a treadmill and they'll fit me for a the proper shoe and point out any errors in the way I run.

Well, about to go run and do my workout, talk to you later.

In summary:

  • I recently started running again.
  • I feel something is going on below the knees that is affecting my running.
    • Could be tightening or fatigue or a combination.
  • This, or something similar, has happened in past.
  • I have not run regularly in several years.
  • Is the problem
    • (1) muscular, and I need to build up to my muscles by running more to make it go away
    • (2) technological, and I need to go to the shop and get balanced, aligned, and/rotated – or invest in better shoes – so that I can solve this problem
    • (3) mechanical, or related to the way that I run and, therefore, I need to pay a trainer to help me figure out what to do differently
    • or (4) some combination of these three.

My questions – interspersed with TOTALLY UNPROFFESIONAL, untrained advice (aka, read it at your own risk):

  1. "… within the first ½ to ¾ of a mile…."
  • How far are you actually running?
  • Related to this question, I would ask, how fast are you actually running? I know that this is harder to answer, especially if you have not been running much in the last few years, but think about this – are you running at 100%, I have to do this to save myself from some immanent physical threat; or are you going somewhat slower? If slower, how much? Are you jogging at an 'I could probably walk faster, but this is my way of running' pace? Try to think about this.
    • In my experience, I notice some pain in my shins when I run at close to my 'really-good-mile' pace. Everybody will be different where that is concerned and you probably know what that is for you. If you don't, maybe you could time yourself out on a track running some good, fast single laps. After you know more or less what your limit is, you might need to slow things down if you are planning on running any sort of distance. For example, for a 6-minute-mile runner, an 8 to 8 and a half minute mile pace is probably comfortable and sustainable for several miles even if that 6-minute pace is not. My recommendation is to find that comfortable pace and then speed up in intervals. Interval training can be a very good for building both speed and distance. Don't be shy about running faster just because you can't go the whole distance faster.
  1. You mention tightness and fatigue
  • Are you feeling any actual pain? Neither tightness nor fatigue is necessarily pain. Also, I think that it makes a difference whether you are talking about your calves (back side of your leg) or your shins (front side of your leg). Proper warming up is important. Sometimes that can mean running slower to start out. Stretching is allegedly helpful as well. Different people have different theories about stretching and, as for me, I warm up by running. I usually feel some tightness and little associated pains for about the first two miles. After six and a half miles of yesterday's run, I started to feel other pains that I would describe as fatigue. These are different feelings and the ways they affect me are different. Between tightness and fatigue, I feel my best while running.
  1. "Sometimes, I can run through it…."
  • What do you mean, "run through it"? Do you mean you can run with it, or in spite of it? Or is it something that goes away eventually at which point it becomes easier to run again? In my mind, this is the most important additional piece of information that I could know. If it is something that eventually goes away it is not fatigue but tightness. If it goes away, the tight area is eventually loosening up again allowing you to run more comfortably. If that is the case, then, my friend, running through it is what you need to do.

  1. Finally, shoes
  • Good shoes are important. And for running shoes, a good shoe store is also important. Fleet Feet, on Mendenhall and Poplar is the store your mom was probably talking about (and if it wasn't, it is the one I am talking about).

Hope this helps.